Perú: Una fábula para Conga
Por Luis Pásara
Había una vez un territorio en el que aves y ratones mantenían entre sí un odio de raíz ancestral. Desconfiaban unos de otros, y ambos creían que era a costa suya todo aquello que pudiera beneficiar al bando contrario. Los demás animales, incómodos por este conflicto siempre latente y aparentemente insoluble, trataban de permanecer alejados del enfrentamiento para no quedar enredados en el pleito, como le había ocurrido a más de uno que intentó mediar en el asunto. La excepción estaba constituida por los murciélagos, que invocaron similitudes con ambos contrincantes para establecer una buena relación con los dos lados. Frente a los ratones se hizo valer la semejanza física y con las aves se pretendió un parentesco a partir del hecho de que ellos también volaban.
El astuto juego de los murciélagos, que los mantuvo en buenas relaciones con aves y ratones por un tiempo, llegó a su fin cuando se trabó una guerra entre los dos enemigos tradicionales. Una vez dado el enfrentamiento abierto, las aves se percataron del parecido físico entre ratones y murciélagos e incorporaron a estos entre sus adversarios jurados. Los ratones, por su lado, advirtieron que, igual que las aves, los murciélagos volaban; también a ellos les declararon la guerra. En definitiva, los murciélagos, acosados por ambos lados, llevaron la peor parte en el conflicto desatado.
Esta fábula la escuché de un ingenioso observador que visitaba el Perú en los años de Velasco y la usaba para advertir de que el intento de llevarse bien con quienes son partes en un conflicto añejo, por lo general, termina mal para quien trata de quedar bien con ambos bandos. Ollanta Humala puede estar frente a ese riesgo, como ahora sugiere el conflicto de Conga.
No es forzado usar hoy el gobierno de Velasco como espejo. A partir de las semejanzas es precisamente que la fábula viene a cuento. Ambos proclamaron una tercera vía, que el general llamó “ni capitalista ni comunista” y el comandante ha rotulado como “crecimiento económico con inclusión social”. Ambos constituyeron equipos de gobierno en los que se reunió a perro, pericote y gato, esperando seguramente que un milagro los hiciese trabajar armoniosamente. Ambos, por último, han creído posible conciliar intereses tradicionalmente enfrentados. Si Velasco lo intentó imponiendo su arbitraje, Humala, desde su elección, pretende navegar guiado por el consenso.
Esa conciliación, que se demostró inviable en los años 70, parece especialmente difícil en el Perú de hoy. Provenientes de una historia en la que la democracia ha sido eventual, precaria y limitada, los diversos actores carecen de experiencia, capacidades y voluntad para negociar, ceder y acordar. Esta característica de la escena social hace imposible que Humala pueda llegar a ser un Lula y es acaso una de las mayores dificultades para gobernar el país.
Los intereses del capital no se conforman con menos que todo. No importa quién tenga que pagar qué por la obtención de sus ganancias. En eso ha consistido “hacer fortuna” en el país, desde que llegaron los españoles. Puede argüirse que la reciente negociación con las empresas mineras, para que incrementen su contribución impositiva, contradice este argumento. Pero bien podemos estar frente a un gesto táctico diminuto, a la espera de que Humala se defina mejor.
Los intereses opuestos a los del gran capital tampoco están dispuestos a aceptar transacciones. Sometidos por la fuerza durante demasiado tiempo, en las últimas décadas han demostrado una capacidad de enfrentamiento que en cada episodio severo paga un precio en muertos. El sentimiento de ser titulares de derechos que no son respetados se ha acrecentado, aunque no siempre su base de sustento sea sólida. Además, la fragmentación y dispersión de este lado del conflicto dificulta, cuando no anula la posibilidad de contar con interlocutores para negociar. De todo eso también surge otro “todo o nada”, frente al cual las mejores intenciones de llegar a acuerdos pueden estrellarse.
Quienes se hallan en cargos de gobierno y no lo sabían deben estar aprendiéndolo en torno a Conga. Este episodio es la primera ocasión grave para que Humala defina si quiere seguir siendo amigo de aves y ratones. Acaso pueda salir del asunto sin haber roto esa especie de frente político amplio que es el gabinete con el que gobierna. Pero la necesidad de una definición seguirá aguardándolo.
Fuente: La República