Profundo abismo

chungui-edilberto-jimenezPor Jorge Bruce

Como muchos lectores ya saben, el Instituto de Estudios Peruanos–IEP cumple 50 años. De esas cinco décadas han salido algunos de los trabajos esenciales para entender esta sociedad atormentada, compleja y, a pesar de todo, fabulosa, en la que nos ha tocado vivir. Otros se han encargado de resaltar los innumerables textos producidos por esa indispensable casa de pensamiento, de modo que me voy a referir a una creación atípica que pueden ver hoy mismo en las paredes de su local en Horacio Urteaga 694, Lima 11.

Se trata de los retablos del artista ayacuchano Edilberto Jiménez. Estos cajones de madera, también conocidos como “Sanmarkos”, tradicionalmente funcionaban como objetos de culto en el acompañamiento de las fiestas de marcación de ganado o herranzas. De ahí que debieran ser ligeros, móviles. En un bello texto publicado por el IEP (Universos de Memoria), editado por Jürgen Golte y Ramón Pajuelo, se da cuenta del proceso que llevó desde esas creaciones supeditadas a la vida religiosa y costumbrista, hasta los retablos de Edilberto Jiménez, quien se desprendió de esa tradición para dar cuenta del horror de la violencia política desatada en el Perú por Sendero Luminoso.

Jiménez proviene de una familia de retablistas, pero es también antropólogo. Así como Joaquín López Antay, influido por Alicia Bustamante y José María Arguedas, y por un proceso de descomposición cultural, abandonó los temas habituales de los retablos e incursionó en las exigencias del mercado, Jiménez dio otra vuelta de tuerca: utilizó su arte para dar testimonio y se rehusó a vender su trabajo.

Fruto de la amistad y trabajo conjunto con el recordado y querido Carlos Iván Degregori (a quien está dedicado el libro que tengo entre manos) surgió este impresionante proceso de elaboración de un padecimiento indecible.

No es una frase hueca, un cliché.

“Padecimiento indecible” significa que las palabras se deshacen al estrellarse contra esa experiencia de destrucción del mundo. En cambio, el arte puede internarse en ese profundo abismo (o Lirio Qaqa), título de uno de los retablos, y dar cuenta de lo vivido. Al hacerlo en el lenguaje plástico, nos abre la posibilidad de vincularnos con ese infierno y, al contemplarlo mediante la aproximación que nos ofrece el trabajo de la sublimación, intentar comprenderlo.

Así, tanto la violencia de Sendero como la respuesta feroz de las Fuerzas Armadas, y los arreglos de cuentas pendientes entre los propios comuneros, acuden a nosotros en esas creaciones que sostienen la extraña paradoja de ser a la vez profundamente bellas y aterradoras. Como el abismo de donde provienen. No tengo espacio para mencionar la colección, pese a que son solo 26, de modo que, acaso por deformación profesional, agregaré El Sueño de la Mujer Huamanguina en los Ocho años de la Violencia.

Sin ceder un pedacito de yeso al horror, el retablo rescata la esperanza y los sueños de una mujer que es escuchada por el padre eterno, quien le envía un ángel. ¿Cuántas veces se habrá repetido este sueño durante esos años infernales?

 

Fuente: La República

Categoría: Cultura, Noticias