El silencio y la memoria
Por Nelson Manrique
La 20ª Edición del Festival de Cine de Lima PUCP estrena un excelente grupo de películas peruanas. Entre ellas destaca el documental de Marianne Eyde “Dibujando memorias”.
Marianne Eyde es noruega de nacimiento y peruana por elección. En su filmografía ha indagado desde la ficción la violencia que se abatió sobre el Perú cuando Sendero Luminoso decidió lanzar su “guerra popular”. A ese período pertenece la recordada “La vida es una sola”, que buscaba ir más allá de la tranquilizadora explicación de que lo sucedido era simplemente el resultado de la agresión contra la nación peruana de un grupo de desquiciados, cuya acción no merecía ninguna explicación. En su relato cinematográfico se mostraba la complejidad de los procesos sociales que desató la presencia senderista en las comunidades campesinas, reactualizando y potenciando tensiones y conflictos largamente macerados, que encontraron en la violencia senderista un vehículo para estallar.
Esta vez, para profundizar en la situación post conflicto armado, Marianne ha optado por el género documental. Su tema es ahora la relación entre el silencio y la memoria.
Marianne Eyde ha mantenido a lo largo del tiempo la relación con las comunidades con las cuales trabajó anteriormente y especialmente con la comunidad de Sacsamarca, en Huancavelica. Sacsamarca es una comunidad ganadera situada a cerca de 4000 m sobre el nivel del mar, en una región caracterizada por una fuerte identidad cultural indígena, la “nación chopcca”. Fue fuertemente golpeada por la violencia durante los años 80, primero por la presencia senderista, después por la de las Fuerzas Armadas y a continuación por la de los Comités de Autodefensa campesinos, organizados para enfrentar a Sendero. No fueron violencias que se sucedieron en el tiempo sino que se agregaron unas sobre otras, dejando como saldo crímenes perpetrados por diversos actores.
Marianne encontraba que, a pesar del tiempo transcurrido, había una fuerte resistencia para hablar de lo sucedido, no sólo con los foráneos sino al interior de la propia comunidad, e inclusive al interior de las propias familias comuneras y así los padres no hablaban con sus hijos sobre lo sucedido. No sólo el dolor alimenta el silencio. Un comunero afirma en el documental que no fueron de fuera quienes les hicieron daño. “Fuimos nosotros mismos los que nos lo hicimos”. Nuevamente emergen los conflictos sociales entre las comunidades y al interior de la misma comunidad como el combustible que alimentó el fuego del terror. Rememorar es pues reactualizar heridas que se pretenden cerradas, aunque sigan estando dolorosamente abiertas. Están por otro lado los muertos, heridos, damnificados, las vidas destruidas, las mujeres violadas y en muchos casos los niños nacidos de la violencia ejercida contra sus madres, que alimentan marginaciones y estigmas. Un comunero rememora la terrible sentencia de un oficial: “Por cada muerto, dos nacidos. Ésa es nuestra política”. Está también el miedo, que un comunero que rememora cuando narra que para salvar la vida tenían que mirar continuamente los cerros que rodean la comunidad, por donde solían llegar los terroristas. Y cómo décadas después sigue sintiendo miedo cuando ve los cerros.
¿Cómo romper la barrera del silencio? ¿Cómo restablecer el diálogo roto entre los adultos y los niños? No es posible hablar de reconciliación si no se procesa el pasado traumático. Marianne optó por el arte. Se presentó en la comunidad premunida de cartulinas, lápices de colores y plumones, desarrolló talleres de fotografía y dibujo e invitó a los niños a participar en la elaboración de cuadros conmemorativos. La condición: que vinieran acompañados de un adulto. Así se restableció la memoria y el diálogo. Lo alentador de los resultados la decidió a incorporar a las comunidades de Chopcca-Ccasapata y Mesaccocha a la experiencia.
En “Dibujando memorias” somos testigos de este fascinante trabajo, entretejido con los testimonios de hombres, mujeres y niños que hablan de destrucción, dolor, abusos, miedo, pérdidas, pero también de entereza, coraje, solidaridad, esperanza y proyectos de futuro. Y por supuesto del olvido del Estado y de las reparaciones que nunca llegan.
Por momentos duele el contraste entre la belleza del escenario natural que la excelente fotografía resalta –con esas maravillosas hileras de verde sobre los cerros y el morado de la papa en floración, el imponente estallido de los rayos en medio de dantescas tormentas en los bosques de piedras– y lo desolador de los testimonios vertidos. Al mismo tiempo, observando cuán fuerte se mantiene su identidad cultural uno sabe que Sacsamarca persistirá. Ojalá su historia nos ayude a entendernos un poco más.