¡Dame doscientos gramos de ese queso!
Por Wilfredo Ardito
Sobre cómo los padres enseñan a sus hijos a ser prepotentes y racistas
-¡Dame doscientos gramos de ese queso! ¡No, de ese otro! ¡Antes me vas a dar a probar, ya!
La mujer le hablaba al vendedor con una voz cargada de altivez.
Yo he visitado varias veces esa tienda de productos cajamarquinos y nunca se me habría ocurrido tutear a uno de los vendedores. Sin embargo, en este caso había una situación que me hacía sentir más incómodo: la altanera mujer no estaba sola. La acompañaba un niño de aproximadamente seis años, que miraba alternadamente a su madre y al vendedor, visiblemente incómodo. Mientras ella mandaba y remandaba, yo pensaba que ese niño iba a crecer con la idea que la prepotencia hacia los vendedores es un trato normal.
Varias veces he comentado cómo me molesta el maltrato a los empleados de las bodegas por parte de algunos compradores. En ocasiones, otros clientes son incluidos en el maltrato, dada esa pésima y maleducada costumbre peruana de irrumpir en una bodega pidiendo en alta voz lo que uno quiere sin importarle si están atendiendo a otras personas.
Ahora bien, es posible que algunas personas actúen así delante de sus hijos sin pensar siquiera en el efecto que habrá sobre ellos, pero creo que algunas personas intencionalmente buscan que sus hijos comprendan las diferencias sociales. Quieren que sus hijos aprendan que el empleado de una bodega, el ambulante o la trabajadora del hogar no merecen ser bien tratados. Me impresiona que, cuando algunos padres, delante de sus hijos, regatean agresivamente con el taxista o con el cobrador de combi.
Curiosamente, algunos padres que se muestran vacilantes o inclusive temerosos con sus hijos, suelen ser muy prepotentes con quienes consideran que pertenecen a una clase social inferior.
Muchos padres de familia tienen tan interiorizada una noción estamental de la sociedad que le enseñan a sus hijos a saludar a los tíos o los papás de sus amigos, pero nunca les dicen que saluden a las empleadas del hogar. Sus hijos crecen creyendo que, cuando tengan veinte años es normal que a determinadas personas se les trate de tú, pero estén obligadas a contestar de usted. Y comúnmente estas son personas de rasgos andinos y condición social.
A veces, estos padres pueden ser explícitos en sus actitudes racistas y clasistas:
-¡Yo soy racista! –exclamó hace unos años un hombre en la entrada del Wong del óvalo Gutiérrez.
Con varios amigos estábamos repartiendo publicidad sobre derechos de las trabajadoras del hogar y como nos vio con el polo de Basta de Racismo soltó esta pachotada.
-¡Pobre niño! –exclamaron algunas amigas mías.
El individuo estaba acompañado por su hijo, rubio como él, de unos diez años. Ahora el muchacho debe tener unos dieciocho o veinte años. Con un padre así, ¿se habrá acostumbrado a ser prepotente?
Alguna vez me han tocado algunos de esos muchachos en una universidad donde enseñaba. En la clase apenas si alternaban con otros dos o tres alumnos, con quienes sentían afinidad étnica o social. Era terrible ver su trato hacia los vigilantes y las señoras de limpieza, es decir las mismas personas que hacían seguro y limpio el lugar donde se encontraban.
Sinceramente, creo que es muy difícil en un contexto familiar de esa naturaleza que un niño o un adolescente pueda desarrollar valores de solidaridad. Son educados como si su ciudad fuera un mundo hostil, lleno de personas que no merecen ni siquiera que se les hable, salvo que sea para darles órdenes. Peor aún se comportan los padres cuando llevan a sus hijos de vacaciones por el interior del país.
En realidad, creo también que algunos padres prepotentes usan a los bodegueros, los cobradores de combi o las empleadas del hogar para mostrar a sus hijos que pueden actuar con autoridad (y a veces con crueldad). De esta manera, el hijo sabe lo que le espera si desafía a sus padres. En pleno siglo XXI, todavía conozco casos de alumnos que ingresan a la universidad que los padres escogen a estudiar la carrera que ellos han decidido.
-No me gusta pero eso no está en discusión –me dijo en una ocasión un alumno, proveniente de una acaudalada familia, al revelarme que no se atrevía a oponerse a la elección que habían hecho sus padres.
El reto pendiente en nuestro país es formar jóvenes y adolescentes menos clasistas y racistas, pero para ello sería fundamental contar con el respaldo de los padres de familia y no tener que enfrentar las enseñanzas que ellos transmiten.
Fuente: La Mula