Primitivo Evanán, un gran maestro andino

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Por Nelson Manrique

Contaba Carlos Iván Degregori que en cierta oportunidad fue a visitar el taller de un gran retablista ayacuchano en Lima (me parece que era Nicario Jiménez, me disculpo si me equivoco) y encontró un retablo que lo llenó de asombro. En él estaba retratada toda la cosmovisión andina: los principios de dualidad, tripartición y cuatriparticipación. “¿Qué representa este retablo?”, preguntó entusiasmado, a lo que su interlocutor respondió: “Según el libro de la doctora Rostworowsky…”. Esta anécdota debe añadirse al nutrido portafolio de chistes creado por el choque entre las expectativas de los estudiosos y las sorprendentes respuestas que suelen recibir de sus informantes.

Vengo manteniendo conversaciones con don Primitivo Evanán, un personaje clave en la difusión y el reconocimiento de las tablas pintadas de Sarhua. Sarhua es un pequeño poblado de Ayacucho, que cultiva un arte tradicional, de tablas pintadas que los compadres regalan a la familia que inaugura casa, y que se ha mantenido vigente por centenares de años.

En 1975 se realizó por primera vez en Lima una exposición de tablas de Sarhua en la galería Huamanqaqa. Sus autores eran Primitivo Evanán y Víctor Quispe. La exposición tuvo una gran acogida, favorecida sin duda por el ambiente político cultural, porque el gobierno velasquista promovía una campaña de afirmación de la identidad nacional reivindicando las tradiciones populares. Ese mismo año se otorgó el Premio Nacional de Fomento a la Cultura Ignacio Merino al gran retablista ayacuchano Joaquín López Antay. Esta decisión provocó una airada reacción de un grupo de artistas y críticos, que protestaban porque se estaba atentando contra la canónica separación entre el arte y la artesanía, lo que dio lugar a un animado debate que aún hoy es provechoso revisar. Dicho sea de paso, don Primitivo señala como un estímulo que lo llevó a pintar sus tablas el escaso entusiasmo que le generó el retablo premiado. Él logró colarse en la ceremonia de premiación y, después de ver la obra galardonada, llegó a la conclusión de que él también podía hacer una obra igual, o incluso mejor.

La formación de don Primitivo Evanán como maestro pintor se aparta del libreto tradicional del niño comunero descendiente de grandes artesanos que continúa y perfecciona el arte heredado de sus antepasados. Él nunca pintó tablas de niño (los niños solo hacían de ayudantes de los adultos, preparando las tintas, entre otras cosas) y fue solo de adulto, y en la ciudad, que empezó su carrera artística.

Evanán quiso ser sacerdote y fue aceptado en el seminario, pero su aspiración fue frustrada por la pobreza de sus padres, que no podían pagar su formación. Luego de escucharles una noche discutir por su causa, se fugó hacia Lima a los 14 años. “Nosotros creíamos que Lima era el paraíso, rememora, pero era pestilencia, olor de pescado”. Luego de permanecer en los alrededores de la agencia de transporte sin saber qué hacer, y luego de que le robaran parte de su dinero, estaba por retornar a su tierra cuando providencialmente se encontró con un paisano. Este lo acogió y logró ponerlo en contacto con un hermano que le ayudó a penetrar en la dura ciudad. Como centenares de miles de migrantes realizó muy diversos trabajos. Se las arregló para estudiar secundaria e ingresó a la Universidad Garcilaso de la Vega. “Como me llamo Primitivo me decían Cavernícola”, rememora sin resentimiento, aludiendo a la discriminación que tuvo que afrontar.

Abandonó la universidad y fue la intervención de dos antropólogos, que habían visitado Sarhua y que lo animaron a pintar tablas, el origen de su carrera artística. Él explica que en la comunidad no hay artesanos especializados en pintar tablas, sino que estas son pintadas por los adultos que van a regalar la tabla a sus compadres para adornar la casa nueva que han construido, entre chicha de jora y risas. Para él, todos saben pintar, los niños observan y aprenden. Por eso no dudó en responder que sí cuando le preguntaron si podría pintar tablas. Inicialmente la propuesta no lo entusiasmó, pero luego decidió probar. Como no tenía experiencia, buscó a un paisano, Víctor Yucra, que sí la tenía.

Las tablas expuestas en la galería Huamanqaqa despertaron un gran interés. Se sucedieron entonces los artículos periodísticos, las investigaciones académicas, entre las cuales destaca el libro de Josefa Nolte, las exposiciones nacionales e internacionales y los premios. En un momento apareció Sendero Luminoso y la empresa comunal de artesanía que Evanán había promovido fue destruida. Oportunamente avisado, se salvó de la ejecución que le habían programado y retornó a Lima. Ese sería el origen de sus tablas sobre la violencia del manchay tiempo, el tiempo del miedo, sobre las cuales retornaré.

Fuente: La República

Categoría: Cultura